Un atardecer de otoño de 1997, en el cual sólo se escuchaba el ruido de las hojas, se encontraba una mujer sola en el parque. El viento desparramaba sus dorados cabellos1; lágrimas de tristeza rodaban sobre sus mejillas1.
Una dama refinada, se acercó a ella1, a la cual parecía conocer. Le ofreció un pañuelo y secó sus lágrimas. Luego de un rato, en un profundo abrazo, la tristeza había desaparecido como por arte de magia, al menos en ese instante. Se fueron caminando de regreso a casa.
En el camino, la mujer iba contando el motivo de su estado de ánimo a aquella dama, diciendo:
- Siento vergüenza al tener que contarte esto, pero creo que eres la única persona en la cual puedo depositar toda mi confianza.
- Me alegra saber eso- dice la dama- pero me entristece verte así. Cuéntame qué te sucede.
- No aguanto más esta situación, creo que estoy viviendo los peores momentos de mi vida... Aquel hombre que tendría que valorarme y respetarme, hace todo lo contrario. Mi esposo, si aún es digno de llamarse así, me maltrata y me golpea. Hay ocasiones en las cuales no salgo de casa por los moretones que me deja. Quiero salir de ese infierno pero él amenaza con matarme. Ya no aguanto más.
- No te preocupes por eso-vuelve a decir la dama-. Yo te ayudo a irte de allí, con gusto te recibo en mi casa. No debes callar lo que te pasa, y menos algo tan grave como eso. Mañana mismo lo denunciamos y podrás vivir una buena vida nuevamente, te lo aseguro.
Gracias a las confortantes palabras de su amiga, la mujer tomó el valor necesario para irse de su casa y denunciar a su esposo.
Después de un tiempo, aquella triste mujer no volvió a sentir tristeza como en un atardecer de otoño... Todo brillaba en su vida como una dulce y cálida primavera.
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